Las emociones relacionadas con los sentidos, como antojos y apetitos tienen una consistencia pesada y granulosa y una velocidad de vibración lenta. Estas emociones se ubican en la base del aura, son inestables, es decir que cambian rápidamente y en su variación afecta la presión sanguínea del sujeto.
También las emociones negativas (sentimiento, egoísmo) también suelen disponerse en la parte baja del aura, aunque a veces puedan reflejarse más arriba.
Si bien es muy difícil encontrar una persona que se mantenga equilibrada todo el tiempo (situación que los dinámicos cambios del aura se encargan de corroborar) los estados transitorios que experimentamos como depresión, tristeza, dolor, enojo o ansiedad no quedan registrados definitivamente en el aura, a no ser que sean muy frecuentes. Los comportamientos estables del ser son los que determinan su conducta, y por en de, los que marcan el aura. Los sentimientos habituales de una persona, aun cuando no los registre conscientemente, van imprimiendo los rasgos básicos de la personalidad que se mantienen a lo largo de la vida. De allí la importancia de aprender a transmutar los sentimientos negativos (enojos, odios, resentimientos) para que no lleguen a grabarse definitivamente en nosotros.
En la zona inferior del aura pueden verse, además, los indicadores kármicos, cicatrices de emociones muy remotas que acompañan al ser y que adquieren, a menudo, la forma de espirales, caracoles u otros símbolos semejantes.
Las cicatrices emocionales no tienen por qué quedar definitivamente grabadas en el aura. Quienes toman consciencia de los problemas y reconocen el malestar o las molestias que sufrieron a causa de éstos pueden comenzar a liberarse de sus ataduras, por antiguas que estas sean.
No hay comentarios:
Publicar un comentario